Bitacora de vuelo, bitacora de vida.

Te recordamos que en este sitio no presentamos novedades, aquí se busca la trascendencia. Por lo que te invitamos a revisar cada una de nuestras entradas, las cuales no solo han marcado un momento histórico para quienes las concibieron sino que nos ayudan a vislumbrar lejanos horizontes. Bienvenido.

lunes, 19 de julio de 2010

Minotauro

El Hombre de la Maldición

Hace no muchos años se castigó a un hombre al nacer, se le castigó con el recuerdo. Lo recordaba casi todo, fechas, rostros, olores, personas y momentos; cada imagen era un recuerdo y cada recuerdo le significaba una cosa y otra distinta.

Sus padres, sabedores del castigo, le dijeron que era una virtud, que recordar es vivir y lo enseñaron a vivir de los recuerdos. Les dio resultado, se volvió brillante en la escuela, vivía los días intensamente recordándolo todo, hasta llegó a ganar dinero por ordenar y escribir los recuerdos y sus padres estaban orgullosos.

Pero el niño se hizo hombre y los recuerdos pesados. Empezaron a mezclarse los significados, nada estaba claro. Comenzó a darse cuenta de que dos recuerdos podían significar una misma cosa y que muchísimas cosas acaso podían ser un solo recuerdo. La vida comenzó a matarlo porque el hombre no podía olvidar nada.

Intentó poner su mente en blanco, aprendió meditación con tal de olvidar por unos cuantos segundos. Estudió la composición del cerebro y la psique humana mas nada valió. Cerraba sus ojos fuertemente, tapaba con sus manos las orejas para no tener que recordar algo más pero era imposible. En la oscuridad de sus ojos desfilaban todos esos recuerdos, las personas, los dichos, las miradas, los pasos que había dado y se le aglutinaba todo en su pecho. Ahí estaba el miserable ya sin rumbo, adicto a la vida; cómo hubiera deseado no haber entendido nunca nada y respirar el aire del olvido.

El hombre moriría de una congestión de recuerdos.


Faeton G. Echevarria

De los movimientos

En esto que vivimos, tu y yo.
De la forma de tu monte al estar sobre mi,
Se queda solo la verdad,
Y cómo tu sudor catártico, se ha bebido mi cuerpo,
a causa de tus rápidos movimientos y la contracción de tu orgasmo,
sin duda el mas bello paraje que podrías regalar.

Esto se va a mi mente, a la carpeta de la verdad,
A encerrarte en la cárcel de mis pensamientos mas oscuros,
Donde no volveré a buscar la llave,
La perderé a propósito y tu sexo solo murmurará,
Sí, murmurará cuando te vea de nuevo…

sábado, 10 de julio de 2010

Años fantasmas



El tiempo es sangre, piel y memoria. La brizna rota delata una huida, una estampida hacia ninguna parte. Tampico, monstruo de miles de ojos, agitas sus manos olorosas a salitre.
No son estos años los que he querido vivir. Me he conformado con ver tormentas que no provoqué. Hasta el suelo que piso no es mío, En las manos se me durmieron los más negros jacintos. Los sueños se petrificaron cuando quise arrancarles un pétalo de cristal. La espada del valiente no fue fabricada para mí. Quizá me equivoqué de mundo o de cuerpo.

El tiempo nos odia, no golpea, nos envejece, nos deja tirados en la carreta de la edad. ¿Qué hacer? Contar es un viaje al silencio. Entre palabra y silencio un ahogo nos asalta: es lo contado. Al abrir los ojos constato lo temporal, a ojos cerrados son inmortal. La noche sangra. Alzo la vista, lágrimas de luz caen, forman arroyos y van hacia algún sueño.
Gritar en la multitud o en la página en blanco da lo mismo: el dolor persiste. Cesare Pavese apunta en su diario, El Oficio de Vivir, esto sobre el dolor: “El dolor no es en modo alguno un privilegio, un signo de nobleza, un recuerdo de Dios. El dolor es algo bestial y feroz, trivial y gratuito, natural como el aire. Es impalpable., escapa a todo aferramiento y a toda lucha; vive en el tiempo, es lo mismo que el tiempo; si tiene sobresaltos y lanza gritos, sólo es para dejar más indefenso a quien sufre en los instantes sucesivos, en los largos instantes en que volvemos a saborear el desgarramiento pasado y esperamos el siguiente. Estos sobresaltos y estremecimientos no son el dolor propiamente dicho, son instantes de vitalidad inventados por los nervios para hacernos sentir la duración del dolor verdadero, la duración tediosa, exasperante, infinita del tiempo-dolor.”

“Quien sufre se mantiene siempre en estado de espera: espera del estremecimiento y espera del nuevo estremecimiento. Llega el momento en que se prefiere la crisis del alarido a su espera. Llega el momento en que gritamos sin necesidad con tal de romper la corriente del tiempo, con tal de sentir que ocurre algo, que la duración eterna del dolor atroz se ha interrumpido un instante, aunque más no sea para intensificarse.”

A veces nos asalta la sospecha de que la muerte –el infierno- será aún el afluir de un dolor sin estremecimientos, sin voz, sin instantes, tiempo absoluto y eternidad absoluta, incesante como el fluir de la sangre por un cuerpo que nunca morirá. ¡La fuerza de la indiferencia! … permitió a las piedras perdurar sin cambio millones de años.”


Me abro, me cierro, es fuerte el dolor. ¿Dónde me apoyo? Los días pasan uniformes. El ayer no me dice nada. Me caigo a pedazos, despierto incompleto, me faltan miembros, elementos de la memoria, Me pesa, me duele el cuerpo, no son los años: es mi alma.
Las cosas se dicen como son, con los tonos y significados primigenios. No hay que lavar en aguas prístinas a la idea. La idea, de origen viene sucia, impregnada de ansia, de deseos de existencia, de perpetuación.
¿Qué habrá más allá de los abedules que cubren esta ventana? Las fugas son de los ansiosos, yo no tengo mapas ni doncellas que rescatar. Nunca tendré voluntad de mirmidón. El mar me lo tragué hace muchos años. Marinero, como mi padre, no aprendo que cada quien tiene su ración de olas.
Si salir significa ¿qué hago con tantas sombras, séquito en mi reino de ausencias? Años fantasmas, ruina moral: vida que se oculta en el himen de la noche más remota. Miro mis manos, en la eternidad un adiós continuo. La luz es líquida. Mi voz es agua. La edad, lo sé, es una lluvia persistente que me persigue a todos lados…


Juan Jose Gonzáles Mejía