A ellos les quedaban otras posibilidades de evasión: la amistad como culto, el sexo para algunos, la religión para otros, la cultura para muchos, pero en general la excentricidad. Ante la crueldad de los siglos y una historia implacable, frente al robot contemporáneo lo único que queda es el alma. Y en el alma de mi estirpe incluyo su energía, su identificación con la naturaleza y en general su excentricidad. El logro de ser uno mismo sin depender gran cosa de los demás y deslizarse por ese camino hasta donde sea posible, simplemente dejarse llevar. Las preocupaciones del excéntrico son diferentes a las de los demás, sus gestos tienden a la diferenciación, a la autonomía hasta donde sea posible en un entorno pesadamente gregario. Su mundo real es el interior.
Y es entonces que de entre la gleba, entre el rebaño sufriente, surge no sé si paulatinamente o en torrente el excéntrico, el chiflado, el bufón, el que ve visiones, el chalado, el bueno para nada, el que está a un paso del manicomio, el desvariado, el que es la desesperación de sus superiores. Pueden ser trágicos o bufonescos, demoniacos o angelicales, geniales o bobos; el común denominador en ellos es el triunfo de la manía sobre la propia voluntad, al grado de que entre ambas no hubiese frontera visible.
La especie no solo se caracteriza por sus actitudes de negación, sino que sus miembros han desarrollado cualidades notables, zonas del saber amplísimas organizadas de manera extremadamente original.
La mera presencia del excéntrico crea un desasosiego en los demás; a veces he pensado que ellos lo detectan y eso los complace. Son raros de segunda clase.
¿Habrá llegado el momento en que la verdad comience a abrirse paso o será otro espejismo?
El mundo de los excéntricos y familias anexas los libera de las inconveniencias del entorno. La vulgaridad, la torpeza, los caprichos de la moda y aun las exigencias del Poder no los tocan, o al menos no demasiado, y no les importa.
Sergio Pitol
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