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domingo, 19 de septiembre de 2010

La Misión

La película “La Misión”, de 1986, narra la conquista y evangelización de los territorios hoy correspondientes a Brasil, Argentina y Paraguay, para esto se enfoca en la misión San Carlos, en los territorios de una tribu guaraní por encima de una cascada.
En un proyecto así la música parece tener, así como lo tuvo en la realidad, un papel crucial, casi estelar; de ella se encargó el italiano Ennio Morricone, músico ya desde ese entonces muy experimentado. Las decisiones que tomó Morricone son, como expondré a continuación, de lo mejor que se pudo haber hecho en tal situación, ya que en esta historia dos culturas muy distintas convergen, una de ellas ha llegado a dominar a la otra, pero en este proceso se da el mestizaje y por lo tanto una tercera cultura; de la misma manera y como analogía el músico nos presenta estos tres tipos distintos de música: la española, la nativa indígena y la mestiza.
En cuanto a la música española, o a toda aquella de origen europeo, parece no haber ningún problema; en las academias de música alrededor del mundo se sigue estudiando la forma antigua de composición europea, además de que contamos con una gran cantidad de música del siglo XVII y XVIII registrada, con grandes ejemplos a seguir en los ámbitos eclesiástico y pagano, vocal e instrumental. Morricone no debía tener ningún problema en elegir o componer la música adecuada para representar a las cortes española, portuguesa y a los miembros de la Compañía de Jesús.
Es en realidad en la música indígena en donde surgen los problemas, ya que la misma conquista terminó con gran parte de la cultura indígena, se satanizaron sus ritos y celebraciones, se prohibió todo tipo de manifestación a alguna divinidad que no fuera la que vinieron a imponer los europeos. A causa esa opresión e intolerancia hoy en día tenemos pocos ejemplos musicales de esas culturas. Prácticamente solo por distintas descripciones y crónicas de la época, así como investigaciones serias al respecto, sabemos que se trataba de música muy percusiva (se contaba con una buena diversidad de instrumentos de percusión), que se usaban los alientos (distintos tipos de flautas, chirimías etc.) y parece ser que se manejaban escalas de pocas notas y ajenas a la escala diatónica europea, hoy adoptada en todo el globo. Solo en un momento de la película escuchamos lo que parecería ser música auténticamente indígena, y curiosamente se da en un desfile en una colonia como parte de alguna celebración cristiana.







No es pues, por las razones antes expuestas, justo reprocharle a Morricone la históricamente inexacta representación musical de los indígenas gracias a el uso de algunos medios de la tradición europea, pues aunque el compositor crea un tema basado en la escala diatónica occidental, sí utiliza otros recursos que podrían haber sido propios de la música precolonial, como los ritmos incisivos con percusiones y el uso de los alientos, además del carácter de celebración bailada.

Es en la música mestiza donde está el verdadero acierto de esta banda sonora. Desde el inicio el compositor nos presenta la célula musical que representará a los indígenas con un tema corto cantado y acompañado de percusiones y alientos tradicionales; poco después, con la llegada del padre Gabriel a los territorios de la tribu guaraní por encima de la cascada, escuchamos de su oboe el tema de los jesuitas, un tema hermoso genialmente compuesto basándose en los llamados intervalos perfectos (entendiendo por intervalo una distancia musical definida) que nos remiten a la música de las esferas (tradición griega según la cual los planetas emiten una música matemáticamente perfecta) y que por lo tanto parece ser la música más natural que se podría producir dentro de la tradición clásica europea, un gran acierto de Morricone al evocar tanto naturaleza como sabiduría del hombre con este bello tema destinado a los misioneros jesuitas. El mestizaje se da entonces en el momento de mayor unión entre jesuitas y guaraníes: cuando la tribu acepta a Rodrigo como a un igual y le pintan marcas en el pecho propias de su pueblo. En ese momento casi cumbre de la película, cuando se consuma la conversión del exmercenario a la vida católica de entrega, escuchamos ambos temas fusionarse poco a poco hasta formar una polifonía casi de éxtasis religioso y humano. De esta forma el compositor audazmente representa con la música mucho de lo que trata en realidad la película, el mestizaje y la conversión.

Hay otro tipo más de sonidos y ruidos que participan en la película y casi con la misma importancia que lo hace la música, y este es el de los ruidos de la naturaleza. La naturaleza tiene una importancia vital en la obra, funciona como el escenario principal, en donde se desarrolla gran parte de la acción, y de hecho casi como un personaje, especialmente el río con su cascada. Algunos de los mejores momentos auditivamente hablando se dan con los sonidos de la naturaleza: la caída de agua de la cascada, el flujo del río, el movimiento de las hojas y los árboles en la selva, los zumbidos de los insectos, el canto de las aves… todos estos sonidos nos meten en el contexto de la película, momentáneamente vivimos, al igual que los sudamericanos, a un lado de la cascada, en lo más profundo de la selva.
Es esta “música de la naturaleza” también un trabajo brillante de la banda sonora, y la incluyo en la banda sonora a causa de lo bien orquestada que se encuentra con la música del compositor: a la vez que caen los sonidos producidos por los instrumentos, emergen los de la naturaleza, y viceversa, en una fusión constante que deja pocos momentos de silencio total.
Otro aspecto que cabe mencionar es el de la forma en que la música a través de las aventuras en la misión nos describe a Rodrigo. Al inicio, cuando lo vemos como un mercenario, cazador y traficante de esclavos indígenas, escuchamos música disonante, la cámara se acerca mucho a la cabeza de Rodrigo y por los sonidos entendemos que hay mucho de malo en él. Para la mitad de la película y sobre todo después de su ingreso a la orden jesuita dejamos de escuchar esto, hasta las escenas finales donde luchando junto a los habitantes de la misión de San Carlos recuerda sus viejos tiempos de guerrero, entonces lo vemos luchando fieramente una vez más, ahora de parte del otro bando, y de nuevo, al enfocarse su rostro escuchamos disonancias, la guerra volvió a él, aunque claro, con razones muy distintas.
Hablamos pues de un soundtrack de gran calidad en el que todos estos elementos enriquecen a lo visual y temático de la obra y se juntan con ellos en un todo digno de ser visto. Una última muestra más de la bella conjunción lograda entre lo temático y lo musical y del poder mismo de la música en este contexto es aquella en la que Gabriel conquista a la tribu de nativos indígenas con su oboe y el narrador dice: “Con una orquesta los jesuitas podrían haber sojuzgado a todo el continente”.






Carlos Gerardo Hernández Canales

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